Un valle barnizado con misterio… por Enrique Munárriz

Hay que sufrir los rigores de las alturas para llegar a este escenario encajonado frente a las cumbres nevadas de Picos de Europa y sentir el efecto embriagador de la inmensidad, la magia de la soledad y el silencio, la llamada de una tierra que invita a perderse por los túneles de los tiempos hasta dar con el pasado aprisionado entre sus piedras. Porque en Porcieda, todo permanece inmutable desde hace dos décadas. 

Ni el lento amontonar de los años perdidos ni la fuerza de ese viento gélido que golpea con frecuencia estos días y que, al hacerlo, deja colgado su eco sobre las laderas escarpadas, ha logrado borrar las huellas de sus habitantes, hace ya más de veinte años, cuando su último vecino se quitó la vida ante el vacío de la soledad, lo que ayudó a alimentar una leyenda que surgió allá por 1960 con el avistamiento de un OVNI.

Anclado en las montañas de Liébana, en el corazón del valle de Cereceda y muy cerca de Tudes, el pueblo fantasma se encuentra, literalmente, a 700 metros de altura, en el balcón de Los Picos de Europa. Los siete niños del que fuera pueblo de Cantabria en 2010 juegan al escondite y se cuentan historias de tiempos pretéritos entre los muros de las casas que aún quedan en pie. Recorren los dos escasos kilómetros que separan su municipio del antiguo poblado con frecuencia. Es un cómodo paseo en el que convivir con la naturaleza.

 

 

Todavía hoy, este pueblo nacido como ruta natural del Camino de Santiago, con su orografía antojadiza y su legado de ritos y creencias, sigue siendo el reino del misterio. Hay una docena de casas que llaman la atención por sus pequeñas puertas con muchas vigas torcidas. Es fácil adentrarse por sus muros imaginando lo que allí aconteció.

El episodio lo registró entonces un notario de Potes. Al parecer, los jabalíes habían bajado a Porcieda, causando destrozos en las fincas del pueblo. Una cuadrilla de cazadores locales decidió salir una noche a su encuentro. Cuando estaban vigilando la llegada de los animales, notaron algo arrastrándose tras ellos y se giraron. Lo que observaron se describió como una enorme «rueda de coche tumbada» con una luz encima deslizándose colina abajo y dejando, a su paso, multitud de rastros en la vegetación, como marcas rectangulares de quemaduras y orificios en las rocas.

 

 

La aldea fue abandonada poco a poco por sus habitantes que, o bien emigraron a hacer las Américas, o bien se trasladaron a localidades mejor comunicadas, donde la vida fuese más fácil en invierno. Cuando se perdió el viejo camino hacia Santo Toribio, Porcieda fue cayendo en el olvido; pero al calor de su historia de fábula Tudes se muestra orgulloso. Todo él es un conjunto de soberbias fachadas de piedra y casta montañesa que esperan el paso de los siglos, desafiantes al pasado de los años, a la vorágine de las ciudades, a las nuevas tecnologías.  Pequeñas huertas, pajares y cuadras donde todavía los habitantes de la aldea cuidan sus vacas, ovejas y cabras, se ubican en torno a una plaza llena de nogales donde está el abrevadero donde todavía hoy va a beber el ganado.

Cuando llega el invierno Tudes se convierte en un pueblo de cuento, cubierto de un manto blanco y del olor a leña y guisos de puchero, en medio del silencio más absoluto. Basta con ir con ropa de abrigo para evitar que el frío no se aloje en los huesos mientras se da un paseo por los alrededores, abstraerse con la pureza que emana del ropaje estacional que cubre Los Picos y disfrutar de un paisaje de casitas, hayedos, robles y nogales desnudos.

A pesar de ser muy pequeño, el pueblo cuenta con una taberna muy acogedora donde refugiarse y calentarse después de un helador paseo con uno de sus tradicionales cocidos lebaniégos, desayunar, comer raciones y jugar al billar o a los dardos. También es posible alojarse en una casa rural en el mismo pueblo, La casa de las chimeneas, pocas veces un nombre es tan acertado. Se trata de un conjunto de pequeñas casitas que ocupan una antigua hacienda ganadera.  

Además está la La Taberna del Inglés, lugar de culto a la artesanía y el buen gusto que sorprende por la magia que desprenden sus paredes de piedra, decoradas con mimo y cariño desmesurado. Tiene un retablo laico con los retratos de toda la gente del pueblo. Lo hacen para recordar su historia, aquella leyenda de fantasmas y OVNI, alejados de toda estridencia comercial, para no perturbar la historia de este valle que está barnizado de misterio.