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Hablemos del monasterio I

Dicen que el monasterio tiene “un aire romántico” que no deja indiferente a los visitantes que hasta Liébana se desplazan para admirar su belleza: aquella que surge de las historias de todos aquellos que por diversos motivos dirigen sus pasos en busca del perdón, la oración y el peregrinaje.

Por ello, tras conseguir el jubileo, nos centramos en el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, y hacemos uso de los cientos de escritos que sobre su escultural e imponente construcción se basan.

¡Bienvenidos a la historia, bienvenidos a Santo Toribio de Liébana!

[…] algunos autores modernos, entre ellos el historiador García Villada, opinan que el Monasterio de Santo Toribio de Liébana debió de ser de origen visigodo. Habrá que pensar como más que verosímil que este monasterio sería fundado en el siglo VI por un grupo de monjes eremitas, que, como sucedía en aquel tiempo, se retiraban al desierto (en este caso la montaña) y ejercían la doble misión de llevar una vida de renuncia corporal y, a la vez, de lucha contra lo que aún quedaba de dominio demoníaco y pagano en un mundo ya plenamente cristiano en las ciudades y en los territorios campesinos que rodeaban a las mismas.

La conciencia en un mismo monasterio de dos tradiciones referentes a santos con el mismo nombre ha provocado inevitablemente la confusión popular entre ambos, que ya no son ni Toribio de Astorga, ni Toribio de Palencia, sino simplemente uno solo: Santo Toribio de Liébana.

La llegada de Toribio de Palencia y sus compañeros a La Viorna para fundar el cenobio se conserva en la tradición popular, adornada de bellas leyendas. Una de ellas cuenta cómo el santo, subido a lo más alto de la cumbre y mirando a poniente el impresionante paisaje de los Picos de Europa, dijo: “Construiré mi monasterio en aquel lugar a donde llegue mi cayado”. Y, diciendo esto, arrojo su bastón montaña abajo. Cayó este dando tumbos por aquellas profundas vaguadas, sin ser atrapado por la espesa vegetación y deslizándose entre los bosques de hayas, vino a parar al rellano abrigado donde actualmente se encuentra el monasterio.

Otra tradición nos habla de que el santo, para preparar el terreno donde iba a levantarse el edificio, lo acotó, desbrozó y habló de meter allí un arado. Sus compañeros lo vieron una mañana con la mano en la macera de un arado tirado por una entraña pareja de animales del país: un toro de monte y un oso pardo. La leyenda está en relación con los dos principales capiteles del ábside de la actual iglesia, construida en el siglo XIII. Uno es, en efecto, la testa de un bóvido y otro representa una cabeza de oso.

El monasterio se llamó desde un principio San Martín de Turieno, en honor de San Martín Turonense, de tanta devoción en la iglesia primitiva del norte de España y del que existe ya testimonio de su culto en Cantabria desde el siglo VI. Hay que esperar al siglo XII para que, siguiendo la moda de otros monasterios españoles, cambie su nombre originario por el de su fundador, en este caso Santo Toribio.

En los siglos VII y IX estaba ya a la cabeza de todos los demás monasterios de Liébana, por ser el más importante de todos ellos. Estos ascendían ya al número de diez, y algunos eran duplicados, es decir, compuestos por dos comunidades, masculina y femenina. El número de monjes oscilaba en torno a quince o veinte por comunidad y se regían al parecer por la llamada Regula Communis ,propia de muchos otros monasterios del norte de España.

Asimismo, estaba vigente entre ellos el “paco monacal” entre el abad y los miembros de la comunidad, curiosa fórmula legal que dejaba bien a salvo los derechos tanto del superior como de los súbditos.

Los monasterios tenían sus tierras y propiedades y constituían, a su vez, un verdadero entramado económico en toda Liébana, que favorecía la colonización de la comarca y el desarrollo de la agricultura.

Santo Toribio acabó por absorber a la mayoría de los demás monasterios, quedando solo el vecino monasterio de Santa María la Real de Piasca como otro foco secundario e independiente de vida monástica en Liébana.

En el siglo XI, el Monasterio de Santo Toribio adopta la regla de San Benito y se incorpora, como la mayoría de los demás monasterios del norte peninsular, al movimiento de Cluny y a la nueva liturgia romana. Al final del siglo XII, cuando los monasterios de la meseta castellana estaban en pleno apogeo, Santo Toribio incorpora al célebre Monasterio de San Salvador de Oña, mientras que Piasca lo hará al de San Facundo de Sahagún. A partir de este momento los dos monasterios lebaniegos dejan de ser abadías y se convierten en prioratos, dependientes de Oña y Sahagún.

En el siglo XIII es demolida la vetusta iglesia monacal de Santo Toribio, para edificar la iglesia actual en estilo gótico. A comienzos el siglo XIV y durante la regencia del prior Toribio, el monasterio llega a uno de sus momentos de mayor florecimiento, extendiéndose por todos los reinos el culto a la Cruz de Liébana.

Santo Toribio, más que propiamente un centro monacal, es ahora ya fundamentalmente un santuario nacional. Muchos años después, en 1669, se remozará todo el edificio monacal y se construirá el claustro actual.

A comienzos del siglo XVIII va a levantarse la espléndida capilla donde se venera el relicario de la Cruz.

Con la desamortización y exclaustración de 1835, los benedictinos se ven obligados a desalojar el monasterio. El culto en el santuario quedará en manos del claro secular de la zona y la devoción a la Cruz irá restringiéndose progresivamente a las gentes de Liébana.

En 1957, el Gobierno de la nación se compromete a reconstruir el monasterio y su iglesia a través del ente público denominado “Regiones devastadas”, que, como su nombre indica, estaba destinado a reparar los daños que la guerra había causado en pueblos y edificios singulares.

Una vez concluida la reforma, después de pasar la comarca de Liébana a la diócesis de Santander y ser entregado el monasterio al obispo santanderino, se decide en 1961 cederlo a la orden franciscana, que, desde entonces hasta el presente, se hará cargo del santuario, el cual volverá a recuperar su prestigio en toda España, especialmente tras la decisión de la Santa Sede de ampliar las posibilidades de ganar el jubileo en los Años Santos.

 

Historia del monasterio lebaniego y de su Año Jubilar

 

Joaquín González Echegaray

El Año Jubilar Lebaniego