Historia de Cantabria
La historia de la Cantabria primitiva es muy rica, ya que aquí se encuentra uno de los yacimientos artísticos más importantes de la Prehistoria: Altamira.
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Prehistoria y Cántabros
Prehistoria
Con las pinturas de Altamira, Cantabria se anticipa casi 10.000 años, al gran arte de las civilizaciones orientales, y ofrece al hombre moderno el primer testimonio de la genialidad de la especie.
La esplendorosa manifestación artística que, repartida por las paredes de cuevas y yacimientos arqueológicos se manifiesta en Europa desde el paleolítico medio y superior, logró algunas de sus cumbres expresivas más universales en las entrañas de esta región.
Además de Altamira destacan las maravillas conservadas en las cuevas de Puente Viesgo, El Pendo o La Garma.
Cántabros
Transcurren los siglos y en el primer milenio a.C. hallamos en nuestros valles un pueblo, que los romanos unifican con el nombre de “cántabros”. Grupos primitivos con organización tribal, que viven ya dentro de una cultura del hierro.
Los poblados o “castros” cántabros estaban fortificados con murallas de piedra y puertas bien defendidas. Su feroz resistencia al invasor romano causó asombro en el mundo antiguo, de modo tal que quedó reflejada en los textos históricos y literarios de los autores clásicos con mayor frecuencia e intensidad que la de cualquier otro pueblo hispánico.
Como reliquias cántabras nos han quedado las grandes estelas de Zurita, de Barros o de Lombera, que se pueden ver en el Museo de Prehistoria.
Roma y Visigodos
Roma
La diferencia de cultura y de técnica entre ambos contendientes lleva forzadamente a la rendición de nuestros indígenas y a la entrada de éstos en el carril civilizador de los romanos. Muchos jóvenes cántabros se alistarán en el ejército del vencedor y Cantabria pasará a ser una parte de la gran provincia Tarraconense, primero, y del convento cluniense después.
El proceso de la romanización de Cantabria estaba ya concluido en el siglo IV después de Cristo. Restos de esta nueva situación son las ruinas romanas de Julióbriga y de Camesa-Rebolledo, así como los materiales aparecidos en Castro Urdiales, Santoña y Santander, y las estructuras viarias de las calzadas que aún quedan visibles en determinados trayectos.
Visigodos
Desarticulado el Imperio Romano, los visigodos intentaron reiteradamente someter al pueblo cántabro, sin que sus asaltos ni operaciones de castigo consiguieran tal objetivo.
Fue desde la Tierra de Campos desde donde ascéticos monjes emprendieron otra forma de invasión más pacífica, la de las misiones cristianizadoras, encabezadas por Santo Toribio y San Millán.
El proceso de aculturación romanizadora y religiosa culminó apartir del año 711, con la invasión árabe en la península, acontecimiento que provocaría el repliegue hacia las montañas norteñas de población hispano-romana.
Repoblación y Reconquista
Reconquista
Cuando Tarik y Muza a principios del siglo VIII hunden con rapidez inusitada el poder y la monarquía visigoda, y los ejércitos árabes llegan al borde mismo de nuestras altas cumbres, los acontecimientos históricos vuelven a colocar a Cantabria en una situación de protagonismo.
Surge una nueva resistencia ante el invasor formada por grupos de indígenas cántabro-romanos, mandos visigodos y numerosas gentes que logran unirse y dar nacimiento así a la monarquía astur-cántabra (el rey Alfonso I, hijo del duque de Cantabria, era yerno de don Pelayo), que tomará las riendas para recuperar y volver a repoblar las tierras y campos perdidos.
En los siglos VIII Y IX, Alfonso I y su sucesor Alfonso II atraviesan los montes y cimientan la contención de los avances musulmanes. La monarquía astur-cántabra iniciará así la empresa de recomponer la unidad de España.
Repoblación
En la primera mitad del siglo IX se desencadena un intenso flujo de emigrantes que salen de los valles del norte, ya sin miedo al ataque musulmán buscando el alto Ebro y la cuenca del Duero, con mayores posibilidades agrícolas.
A estos repobladores del norte de Castilla y León se les conoce como foramontanos. También se denominó “Ruta de los foramontanos” a la que atravesaba Cabuérniga y Campoo de Suso.
En el siglo VIII, los numerosos refugiados que llegan a Cantabria y Liébana en particular, introducen la cultura latina e hispano-visigoda. El cristianismo entra definitivamente y llega la reliquia del “Lignum Crucis” (considerada el mayor fragmento conservado de la Cruz de Cristo) desde Astorga. En este marco cultural tan diferente de la Cantabria autóctona, vive el Beato de Liébana, uno de los personajes más importantes de la época por su enfrentamiento con Elipando, arzobispo de Toledo, sin olvidar que fue el primero en proponer que el apóstol Santiago peregrinó a España. Gracias a él Cantabria alcanzó protagonismo mundial.
Siglos
X – XII
Siglos X – XII
Poco a poco se implanta el sistema feudal que comienza antes en Liébana (más densamente poblada y más cerca de la corte astur). Es un periodo de gran poder para la Iglesia, en posesión de muchas tierras, con gran actividad colonizadora y de enorme influencia ideológica. Es el momento de esplendor de los monasterios. En Liébana, de entre los más de 20 surgidos durante la repoblación, destacan dos: San Martín de Turieno (Santo Toribio desde el siglo XII) y Santa María de Piasca en Liébana.
En Asturias de Santillana, el dominio más importante correspondió al monasterio de Santa Juliana, de donde tomó el nombre la villa de Santillana, conocida hasta el momento como Planes.
Campoo estaba controlado por tres importantes monasterios: San Pedro de Cervatos, San Martín de Elines y Santa María de Aguilar de Campoo.
Cántabros
En el siglo XII tenemos una Cantabria dominada por los grandes monasterios y unos pocos señores, con una parte del campesinado libre y otra en régimen feudal. En lo político, Liébana se incorpora al reino de Castilla. Alfonso VIII consolida la monarquía, refuerza la economía y desarrolla un gran potencial naval para los conflictos.
También contrarresta el creciente poder de la nobleza creando villas aforadas, donde se potencian los Concejos, se anulan las dependencias feudales, se reconoce a la burguesía y se dan privilegios a los habitantes.
Las villas con fuero despegan con un fuerte crecimiento económico, demográfico y urbano. Así, en el año 1163 concede el fuero a la villa de Castro Urdiales, en el 1187 a Santander, en el año 1200 a Laredo y en el 1210 a San Vicente de la Barquera. En el caso de Castro, Laredo y San Vicente de la Barquera, se trata de villas de realengo, donde un mandante es la autoridad sobre la villa y territorio cercano.
Siglos
XIII-XVII
Batallas navales Siglos XIII – XIV
A lo largo del siglo XIV, las villas vizcaínas van recibiendo sus fueros y comienzan a competir duramente con las cántabras. Esta unión venía atacando, junto con las flotas flamencas, las costas inglesas.
En 1350 se libra una batalla naval frente a Winchelsea con más de 50 buques aliados. Eduardo III de Inglaterra pactaría con los puertos cántabro-vascos para que no estorbasen el comercio marítimo inglés. No fue el único incidente con los ingleses.
Tras la boda de las hijas de Pedro I con los hijos de Eduardo III, éste reclamó para uno de ellos la Corona de Castilla. El Reino de Castilla se negó y envió 12 galeras de la Hermandad para tomar La Rochela, en la costa francesa, de la que salieron vencedores.
Linajes y conflictos, Siglos XIV – XV
Así como la Alta Edad Media se caracterizó por el poder de los dominios monásticos, la Baja Edad Media supone el dominio de los señoríos laicos, mientras que los monasterios pierden su poder, perdurando solo en Santillana y Santander.
El principal dominio laico de Cantabria fue el de La Vega, con su centro en el solar de este nombre, donde tenía una torre defensiva que con el tiempo daría lugar a la actual ciudad de Torrelavega.
En 1466 Enrique IV dona la villa de Santander al segundo marqués de Santillana, Diego Hurtado de Mendoza, que ante la resistencia de los habitantes trata de ocuparla por la fuerza. No obtuvo éxito ante unos santanderinos apoyados por otras gentes de Trasmiera y Enrique IV tuvo que conceder a Santander el título de «Noble y leal».
Carlos V y las villas de la costa XV – XVII
Los puertos de Cantabria, en particular Laredo y Santander, jugaron un importante papel en la política imperial de Carlos V y Felipe II, siendo puntos de embarque para sus viajes al Norte de Europa y sobre todo, base de flotas y armadas, lo que produjo un fuerte desarrollo de la construcción naval.
Como curiosidad, los restos de la Armada Invencible llegaron al puerto de Santander tras el desastre.
La Modernidad
La Modernidad
A diferencia de lo que ocurría en el resto de España, la mayor parte de la población de Cantabria entró en la Edad Moderna dIsfrutando del estatuto de hidalguía, es decir, perteneciendo a la nobleza de sangre, con las ventajas y franquicias que tal condición implicaba.
De la Ilustración al comercio
Durante el terrible siglo de hierro que fue el XVII, trufado de guerras de religión, España hubo de hacer frente a la creciente competencia de las demás potencias marítimas emergentes.
Durante todo el siglo y el siguiente fue incesante la construcción de galeones, fragatas y navíos para las flotas de Indias y la Armada del océano, tanto en el astillero de Guarnizo como en el de Colindres.
Con el siglo de las Luces, concejos, valles y nobles cortesanos se empeñaron en articular la tierra mediante la creación de la provincia de Cantabria, mientras la Corona elegía a Santander como puerto estratégico en el norte.
El siglo XX
La pérdida de las últimas colonias en 1898 pareciera que iba a ser el peor golpe para Santander y su provincia. Sin embargo la repatriación de capitales, la iniciativa local y la inversión extranjera imprimieron renovado impulso al proceso industrializador y a la promoción de la cabaña vacuna.
La residencia veraniega de los Reyes en el Palacio de la Magdalena y la acción de patricios como los marqueses de Comillas, Manzanedo y Valdecilla, propiciaron importantes inversiones en infraestructuras sanitarias, culturales y deportivas. La región montañesa se puso de moda, los elementos de su arquitectura tradicional conformaron el llamado estilo regionalista, que llegó a predominar en todo el país.
La voluntad de la mayoría precipitó en la aceptación por las Cortes Generales de la creación de la Comunidad Autónoma de Cantabria, en 1981.