Música clásica. Cuarteto para el fin de los tiempos

El Quatuor pour la fin du temps de Olivier Messiaen es una de las obras más trascendentales del siglo XX. Escrita y estrenada en 1941 bajo la lluvia en el campo de prisioneros de guerra Stalag VIII-A, la pieza es un testimonio de la espiritualidad y resiliencia del compositor. Su estructura en ocho movimientos representa un viaje místico inspirado en el Apocalipsis de San Juan, alternando momentos de intensa expresividad con pasajes de serenidad extrema. La instrumentación de clarinete, violín, violonchelo y piano se debe a la disponibilidad de músicos en el campo de prisioneros, con el propio Messiaen al piano entre ellos.

Messiaen, partiendo de su profunda vocación católica pero referenciando también las músicas hindúes y griegas, emplea multitud de mecanismos como ritmos invertibles e impares, cantos de pájaros, escalas simétricas que rompen con la jerarquía tonal tradicional y coloristas estructuras armónicas basadas en la sinestesia. Cada instrumento tiene pasajes solistas de gran carga expresiva, como el Abîme des oiseaux para clarinete solo, que explora el tiempo suspendido a través de un canto melódico casi infinito.

Quatrain II de Toru Takemitsu, compuesto en 1977, comparte la misma instrumentación del cuarteto de Messiaen, pero parte de una estética distinta. Takemitsu, influenciado tanto por la música occidental como por la filosofía zen, desarrolla en esta obra una exploración de texturas y colores sonoros que evocan la naturaleza y la idea de tiempo expandido. La conexión con Messiaen es evidente en el uso del color armónico y la espiritualidad latente en ambas composiciones, aunque Takemitsu introduce el concepto japonés de ma, el silencio como elemento activo.

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